Manual del despiste




Cogiste el vuelo tibio de varano, y no volviste,
serena mía, hasta más tarde del crepusculado anochecer.
Pensabas que para tener miedo…
que para tener miedo, hacía falta algo más que perder el tiempo,
y yo te decía que sí, que eso nunca sería suficiente.

Me obligaste a quererte, ¿cuántas veces?,
una o dos, quizás tres mil o menos;
pero no sabía cuanto darte.
Te dí, y sin querer, sin enterarme si quiera,
te dí todo.
Eso es todo.

Sólo en el mundo quiero arrastrar mis penas,
lentamente, dejarlas y cogerlas, levantarlas y dejarlas caer
en tu rostro, forzar y llorar, tomar
como último destino amargo, restregar
su frustración sabida en mi deseo más largo.

Son penas que saben a pelea,
a lucha y a frustración, a unas enteras ganas de morir en vela,
y seguir muriendo hasta que vivo aún me canse encamado.
De noche.

Y yo no quiero más, más, no quiero malgastarme hasta el final.

Cogí el freno
y frené lentamente,
de manera suave para que todo se cayera.
Bruscamente.
Frené una distancia fuera de todo criterio convencional
para no quebrantar mis míseros recuerdos.

Sería fácil, o es, corregir el futuro incierto,
pero como arrastro mis penas
mi asunto es pasado,
y vestirme de él mi deseo,
hasta tal punto de beber sólo recuerdos,
atragantar mis anhelos,
mostrar lo que soy, y pasearme
en el eterno jardín lejano y lleno.

Tal punto es mi locura que mi alma se despista,
se pierde, no se encuentra,
no llora ya, ni viva ni muerta, ni todo ni nada, ni suya ni fuera,
ni dentro del elixir de la eterna existencia.

Después de estos tristes versos grises, mi Platero y yo nos vamos. Cómprate otras virtudes, que no viviré como si fuera mi amo.

Sólo yo tu eterno tuyo.

Viento, soledad y lágrimas, no pido más. Prefiero esto y ser aún eterno...
....o quizás instantáneo,
en tu blanco recuerdo.


¿Me oyes estrellita del desencuentro?



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