Una vez, retirado en mis ensoñaciones,
me vino a visitar una paloma. Paloma azul.
Primoroso ser delicado con un ramito de violetas.
Su color tostado, su cuerpecito transparente,
su cabeza llena de flores y cosas bellas
me trasladaban a sitios jamás vistos, ni soñados...
Y caminamos despacito
mientras ella volaba
por el infinito azul.
...y es que en ocasiones
vale la pena abrir
puertas y ventanas,
ventilarlo todo y
encontrarte al otro lado
la belleza inalcanzada.
Paloma azul,
tierna paloma mía,
maravillosa, resplandeciente,
¿tan alta vuelas?
Fueron veinticuatro horas azules
con mi paloma azul, su cuerpito
y el mío, miraban abajo, siluetas
de gente pasar sin saber nada.
Sin palabras te hablé,
locamente enamorado,
fuertemente, sin que me oyeras,
y escucharte no sé el qué
de palabras armoniosas y bellas,
¿pero es sueño este feliz momento,
paloma mía?
Quizás seas una aparición
pues tocarte no puedo,
alma de mi corazón.
Vuelas alto, alto...
y sólo, tibiamente,
puedo mirarte
en el cielo extremado.
Éso me vale.
Las nubes son dispersas
por nuestro amor fugaz,
como todo amor verdadero,
que como viene... se va,
-¡no estoy muerto!
...pues me siento en un corazón viejo-.
Eres poesía, tal de encantos,
que todo tu ser me empuja a cantar y llorar,
a soñar un pasado, y quedarme mirando,
lo que eres, sin poderte besar.
Pero esto no lo es; todo, se evapora el aire,
y sólo respirar quiero en lo escondido
de tu aliento silenciado, sólo en tu isla
de amores visionados, sólo en un
transatlántico de amor
de sueños, quizás, no lejanos.
Eres mar, eres aire, eres todo
lo que me mata
y todo lo que quiero
sin poder darte.
Eres un todo para mi,
todo lo que mi vista abarca.
Para mirar a otra parte
y no querer saber nada...
Pena de amor para darte...
Adiós palomita mía,
paloma azul, siempre mía.
¡Te confundes con el aire!